Ni blanco ni negro

Ni blanco ni negro

Últimamente tengo la sensación de que todo tiene que estar muy claro. O eres esto o eres lo otro. O te posicionas o te estás equivocando. O estás completamente a favor o absolutamente en contra. Y a mí, sinceramente, esa idea de “o todo o nada” me agota.

No me gustan los extremos. Ni en la vida emocional, ni en lo cotidiano. Porque la vida no se vive en blanco o negro. Hay matices. Hay momentos. Hay dudas. Hay días en los que pienso una cosa y al siguiente, otra. Y eso no es incoherencia. Eso se llama desarrollo.

Las etiquetas pesan más de lo que parecen

“Eres muy sensible.”
“Eres fuerte.”
“Eres muy reservada.”
“Eres demasiado directa.”
Nos cuelgan etiquetas como si fueran definitivas. A veces hasta lo dicen con cariño. Pero, sin darnos cuenta, esas frases se nos meten dentro y nos condicionan.

Y lo peor es cuando te repites esas etiquetas como si fueran verdad. Como si ya no pudieras cambiar. Como si ser siempre igual fuera una señal de coherencia. Aunque por dentro ya no te sientas así.

Y si cambio de opinión, ¿qué pasa?

A veces defendemos ideas con fuerza… y luego la vida nos enseña otra cosa. O escuchamos a alguien que nos hace pensar diferente. Y eso no tendría que ser un problema. Pero parece que cambiar de opinión es una especie de traición. Como si no estuvieras autorizada a evolucionar.

Pero lo que he aprendido es que cambiar no es fallarte. Es estar viva. Es haber visto algo que antes no veías. Y tener el valor de ajustar, aunque tengas que soltar certezas.

El partido, el equipo, el lado

No me gusta meterme en política.
Pero me incomoda esta sensación de que tienes que hacerlo.
De que si no eliges bando, estás siendo indiferente.
De que si criticas algo, ya estás automáticamente del “otro lado”.

Tienes que tener claro tu partido. Y tu equipo. Y tu postura. Y no basta con tenerla: tienes que defenderla con fuerza, con fidelidad, con un poco de agresividad incluso. Y yo, la verdad, no puedo con eso.

¿Por qué no puedo decir que algo de “los míos” me parece mal sin que me tachen de traidora?
¿Por qué no se puede reconocer un acierto del “otro lado” sin que parezca que te has cambiado de camiseta?

A veces tengo la sensación de que no pensamos con libertad, sino desde la trinchera.
Y así es muy difícil crecer.

Ser flexible no es ser débil

Hay quien piensa que la gente firme es la que no cambia nunca. Yo no estoy de acuerdo. Para mí, la verdadera firmeza está en sostener tus valores y aun así tener la humildad de escuchar, de revisar, de ajustar.

No se trata de ir dando tumbos. Se trata de dejar espacio al cambio. Porque lo que pensabas con 20 puede no tener sentido con 40. Porque lo que una vez defendiste con fuerza, ahora tal vez te hace daño. Y está bien.

Ni siempre feliz ni siempre triste

También lo veo con las emociones. Todo tiene que estar definido: ¿estás bien o estás mal? ¿estás motivada o estás apagada?
¿Y si estoy un rato de cada cosa?
¿Y si no tengo una respuesta clara?

Hay días que me siento fuerte y al rato me entra una tristeza suave, de esas que no duelen pero que se quedan. Y eso también es parte de estar viva.

La trampa del “siempre”

“Siempre estás animada.”
“Siempre eres tan sensata.”
“Siempre eres la que calma a los demás.”

¿Y si un día no? ¿Y si hoy no quiero ser sensata ni animada ni calmada?
¿Tengo que pedir permiso?

Las expectativas también son etiquetas. Y liberarse de ellas cuesta, pero vale la pena.

Más grises, por favor

No somos solo luz ni solo sombra. Somos mezcla. Somos gente que duda, que cambia, que piensa distinto según el día o la experiencia.
Y eso está bien. Eso es libertad.

A veces me dicen: “es que ya no eres la misma”.
Y yo contesto: “por suerte”.

En resumen…

No me gustan los extremos.
No me gusta que me digan que tengo que elegir un lado y quedarme ahí para siempre.
No me gusta que se castigue el cambio, la duda, la revisión.

Prefiero los grises. Las transiciones. Las preguntas sin respuesta.
Prefiero poder decir “no sé” y quedarme ahí un rato.
Prefiero permitirme ser de muchas formas, según el momento, sin tener que explicarlo todo.

Porque crecer no es definirse una vez y ya.
Es permitirse cambiar sin miedo.
Sin tener que gritar de qué lado estás.
Sin necesidad de tenerlo todo claro.

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