Verano: esa excusa bonita para no decidir nada (todavía)

Hay una frase que escucho cada año por estas fechas: “ya lo veré después del verano”. Y no falla. En cuanto empieza a hacer calor, en cuanto los días se alargan y la luz se vuelve más dorada, algo en nosotros cambia. No de forma consciente, pero sí profunda.
El verano tiene ese poder. No es solo una estación. Es como una pausa legal. Un permiso colectivo para no decidir nada todavía.
Nos pasamos gran parte del año resolviendo cosas: el trabajo, la casa, los proyectos, las emociones. Todo parece urgente. Todo necesita respuestas. Pero en verano… algo se afloja. Incluso en la ciudad, aunque no te vayas a ninguna parte, se siente diferente. Hay menos tráfico, menos reuniones, menos correos. Y aunque el mundo siga girando, parece que lo hace más despacio.
Y en ese ritmo nuevo, muchas veces decidimos no decidir.
No es que huyamos, al menos no siempre. Es que estamos cansados. De tenerlo todo claro. De saber qué hacer. De funcionar como si fuésemos máquinas que no pueden parar.
Personalmente, me encanta esa sensación de suspensión. Como si la vida entrara en modo “espera”, como si el verano fuese una habitación con la luz baja donde uno puede descansar, sin dar explicaciones.
Hay quien necesita planificar las vacaciones hasta el último detalle, incluso lo que hará cuando vuelva. Y está bien, si eso le da paz. Pero también hay otra forma de vivir el verano: como un espacio abierto. Sin guiones. Sin exigencias. Sin metas.
Yo he aprendido —y sigo aprendiendo— a no obligarme a resolver todo antes de irme. A no llevar en la maleta decisiones que pesan más que la ropa. A dejar temas “pendientes” no como fracaso, sino como acto de cuidado. Porque no todo tiene que resolverse ya.
A veces, lo más urgente es no hacer nada. Solo dejar que el tiempo pase un poco más lento. Que el pensamiento se relaje. Que el cuerpo respire.
El verano es esa estación donde puedes regalarte una siesta sin culpa. Donde leer sin subrayar. Donde mirar el cielo y no sacar ninguna conclusión.
Y eso también es parte del bienestar emocional. Del cuidado propio. De la inspiración cotidiana. Porque cuando dejas de correr, cuando por fin paras, muchas cosas que estaban escondidas empiezan a salir. A veces no son grandes revelaciones, sino detalles. Ganas de pintar. De escribir. De volver a mirar tus fotos. De caminar sin rumbo.
Ese tipo de cosas que durante el resto del año suelen quedar en segundo plano, tapadas por la productividad.
Por eso, no tomar decisiones también es una decisión.
Y no, no es pereza. Es pausa necesaria.
Es como si el verano nos abrazara y nos dijera: “tranquila, no hace falta que hoy tengas todas las respuestas”. Y eso, en un mundo que premia la claridad, la rapidez, la acción constante, es revolucionario.
Dejar temas abiertos hasta septiembre no es un error. Es una forma de darte tiempo para mirar mejor. Para sentir sin prisa. Para observar desde otro ángulo. A veces, cuando menos lo esperas, en medio de un paseo por la ciudad vacía, te das cuenta de lo que realmente quieres. O no. Y eso también está bien.
Porque no todo se tiene que definir. Hay decisiones importantes que maduran en el fondo, sin que las fuerces. Como una fruta que necesita su tiempo para estar en su punto.
A veces creo que deberíamos aprender a vivir más como en verano. A bajar la exigencia. A dar espacio. A no tener miedo de decir: “ahora no lo sé”. Porque en ese “no sé” también hay verdad. También hay honestidad.
Y tú, ¿cómo estás viviendo este verano?
¿Te estás dando permiso para no decidir? ¿O te has llevado la urgencia también a la toalla?
Yo, por mi parte, he decidido mirar el verano como una tregua. Como un regalo. Como una forma de estar sin deber ser. Y desde ahí, lo que tenga que venir… vendrá. Lo que tenga que resolverse, encontrará su momento. Y lo que no, tal vez ya no era tan importante.
Mientras tanto, estoy aquí. Observando la luz que entra por la ventana, escuchando el sonido de los ventiladores, dejando que el tiempo pase sin medirlo. Y en el fondo, en ese espacio sin decisiones, me encuentro.
Porque a veces, lo más claro que puedes hacer es no tenerlo claro aún.
2 comentarios
Para mí, el verano se trata de bajar el ritmo. Escuchar a tu cuerpo. Encontrar tiempo para ti. Aprender a parar… no siempre es fácil, pero tampoco imposible.
Creo que el verano también es eso… la época en la que nos damos permiso para romper un poco las rutinas, para alargar los días, improvisar, reencontrarnos con los amigos y con lo que realmente nos hace bien.
Al final, se trata de eso: de rodearse de lo que suma, sin prisas.