Las fotos que no hice (y no por olvido)

Las fotos que no hice (y no por olvido)

Tres personas vistas de espaldas en una sala oscura, iluminadas por focos cálidos que caen desde lo alto, rodeadas de más figuras desenfocadas en segundo plano.

Reflexión sobre lo que dejamos fuera del móvil, pero no del corazón

Este fin de semana estuve en un concierto que llevaba meses esperando. La entrada fue un regalo de cumpleaños. Uno de esos detalles que no se olvidan. El concierto era de Ara Malikian, y eso ya dice mucho. Él no canta: toca el violín. Pero lo que transmite no necesita palabras.

Al llegar, entre luces, escenario y esa emoción de que algo importante está por empezar, lo primero que pensé fue en sacar el móvil.

Quería grabar. Capturar ese instante que había soñado tanto. Tener una prueba de que estaba allí. Pero algo dentro me detuvo. No por olvido, sino por elección.

Entre el foco y el momento

La escena me resultaba familiar: buscar el ángulo, desactivar el flash, esperar a que nadie se cruce delante, sostener el móvil lo más firme posible. Y mientras todo eso ocurre… la música empieza. La gente a tu alrededor ya está sintiendo. El concierto ya está pasando. Y tú estás ajustando el brillo.

Me di cuenta de que si seguía así, iba a grabar el concierto, pero me lo iba a perder. Decidí guardar el móvil y simplemente estar ahí. Sentir, dejarme llevar, emocionarme. A veces, elegir no grabar también es una forma de vivir más.

Y no fui la única que pensó en esto

Por casualidad, poco después vi una noticia sobre otro concierto, esta vez de Bunbury, en la que él mismo pedía al público que dejara los móviles y se centrara en vivir el espectáculo. Protestó directamente: “No lo grabéis todo”. Y tenía razón.

Vivimos una época en la que parece que si no lo subes, no pasó. Pero, ¿y si pasa justo porque no lo subiste? ¿Y si pasa mejor?

La nostalgia de tener las manos libres

A veces echo de menos esos conciertos de antes. Los de levantar el mechero o simplemente las manos. Moverlas al ritmo, aplaudir, dejarse llevar. Ahora, muchas veces, esas manos están ocupadas: sujetando un móvil, encuadrando, intentando que el vídeo no salga movido.

Y no lo digo como crítica, porque a mí también me pasa. Pero siento cierta nostalgia, esa sensación de estar completamente dentro de algo, sin distracciones, sin querer capturarlo todo. Vivirlo solo con los sentidos, no con la cámara.

No es que esté mal grabar

No se trata de estar en contra de hacer fotos o vídeos. Me encantan. Me gusta guardar recuerdos, mirar atrás, reencontrarme con un momento en una imagen. Pero quizás podríamos preguntarnos más seguido si de verdad lo necesitamos. Si ese instante que estamos grabando no sería mejor vivirlo con las dos manos libres.

Porque a veces lo más valioso no es lo que se queda en el carrete del móvil, sino lo que se queda en el cuerpo. En la piel. En la memoria.

Algunos momentos solo quieren ser vividos

En ese concierto de Ara Malikian, grabé un poquito, sí. Pero lo mejor… lo viví sin cámara. Cerré los ojos, dejé que el violín hiciera lo suyo, sentí. Fue solo mío. Me lo guardé así, sin editar. Y hoy, al recordarlo, me doy cuenta de que no me hace falta ningún archivo.

No necesito enseñarlo. Porque estuve allí. Y eso basta.

Un pensamiento sin más

No es una teoría. No es un manifiesto. Es solo un pensamiento. Una de esas reflexiones que te vienen después, en la ducha o mientras cenas sola. Quizá lo que queremos no es dejar de grabar, sino elegir cuándo sí y cuándo no. Darle un valor distinto a las cosas. A lo que se muestra. A lo que se queda dentro.

Porque hay fotos que no hice. No por olvido. Sino por respeto al momento. Porque quise estar ahí de verdad, sin lente entre medias.

Y eso, a veces, es más que suficiente.

Y también el arte se vive así

Y pensando en todo esto, me doy cuenta de que no solo pasa con los conciertos o los momentos cotidianos. También pasa con el arte. A veces creemos que hay que capturarlo, compartirlo, explicarlo. Pero hay formas de arte que no necesitan imagen. Un sonido. Un silencio. Un gesto que no se repite. Un escalofrío. Eso también es arte, aunque no puedas fotografiarlo.

El arte no siempre pide ser visto. A veces solo quiere ser sentido.
Estar en un lugar y dejar que algo te atraviese sin saber muy bien por qué… también es arte.
No hace falta subirlo a redes ni colgarlo en una pared. Hay experiencias que se quedan en ti sin ocupar espacio, sin archivo. Solo presencia.

Y quizá por eso, hay fotos que no hice.
Y qué bien que no las hice.

4 comentarios

  1. Paola dice:

    La sabiduria del silenzio y vivir El momento.

  2. Paola dice:

    En esta imagen acompañada da palabras, hay harmonia: es el momento en que todas las emociones interoores se riconciilan. Es sensibilidad, intuicion y pura creation 🤗😘
    Paola Ceci

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *