Desconectar… lo intento, de verdad que lo intento

Hay un fenómeno curioso que me ocurre justo antes de irme de vacaciones. No sé si es psicológico,
astrológico o simplemente humano, pero mi cerebro, en lugar de relajarse, entra en “modo
apocalipsis laboral”.
Todo lo que ha estado funcionando sin problema durante meses, de repente, empieza a tambalearse.
Cosas que ya estaban resueltas resucitan con dramatismo. Tareas cerradas vuelven a abrirse
misteriosamente. Gente que llevaba sin escribirte desde Navidad ahora te manda un email con
asunto: “URGENTE, antes de que te vayas”. Y tú ahí, con cara de “¿por qué ahora?”
De pronto me convierto en una especie de comandante de misión espacial: dejando todo atado,
revisando listas, programando correos, dejando mensajes con instrucciones por si pasa algo. Casi
casi que dejo hasta un mapa del tesoro por si alguien necesita encontrar el informe de recursos
compartidos. Porque claro, me voy una semana. No un año. Pero la sensación es que si me despisto,
el mundo se desmorona.
Y ahí es cuando me repito mi mantra favorito: “Esta vez sí voy a desconectar”.
Spoiler: no lo consigo del todo.
Porque una vez que por fin estoy fuera —ya sea en casa de mis padres, en un pueblo perdido o
simplemente en el sofá viendo series sin mirar el reloj— empiezo a notar un cosquilleo. Un
pensamiento que se cuela suavecito. Algo que olvidé. Algo que podría anotar. O algo que
simplemente me ronda la cabeza, como si mi cerebro me dijera: “¡Ey! Sé que estamos de
vacaciones, pero ¿y si aprovechamos para planear esa idea que tuviste hace dos meses?”
Y entonces empieza el juego mental de: ¿lo ignoro o lo apunto? Porque si no lo anoto, me rayo. Y si
lo anoto, me siento culpable. Porque, ¿no se supone que estoy desconectando?
Pero claro, ahí me doy cuenta: desconectar no es lo mismo para todo el mundo.
Hay gente que apaga el ordenador el viernes y no piensa en nada hasta el lunes siguiente. Y luego estamos otros…
los que llevamos la cabeza siempre medio enchufada. Medio en el presente, medio en las ideas que
nos rondan.
Y ojo, no es que no quiera descansar. Lo intento con todas mis fuerzas. Pero hay una parte de mí
que siempre está activa. No en plan “estresada”, sino en plan “creativa”, “prevenida”, “pensadora”.
Como si mi mente tuviera su propio horario flexible y no entendiera muy bien qué significa “modo
avión”.
He aprendido que eso no es necesariamente malo. De hecho, a veces, cuando realmente descanso,
es cuando se me ocurren las mejores ideas. Porque al soltar el control, se libera algo. Porque en
medio del paseo, la comida en familia o la siesta en el sofá, de pronto mi cabeza conecta piezas sin
presión. Y ahí está: ¡eureka!
Y no sabes lo liberador que es aceptar eso. Saber que no tengo que desaparecer para desconectar.
Que puedo descansar sin tener que fingir que me he convertido de pronto en una monje budista que
vive en el ahora absoluto.
Que si necesito apuntar algo, lo hago, y luego sigo con mi descanso.
También ayuda mucho estar rodeada de personas que te entienden. Que no se enfadan si te ven
sacar la libreta en medio de una conversación porque sabes que si no lo apuntas, se te va a escapar.
Que no se molestan si pones el móvil en modo avión pero de vez en cuando lo miras… por si acaso.
Porque saben que esa eres tú.
O tú, que seguro que también te ves reflejado en esto.
A veces, más que desconectar de todo, lo que realmente necesitamos es reconectar con nosotros.
Con nuestra manera de ser, con lo que nos hace sentir bien. Y si eso implica tener una lista de ideas
en las notas del móvil entre dos fotos del desayuno… pues que así sea.
Y luego pasa eso que seguro te suena: después de días organizando todo, dejando cosas listas,
apagando fuegos de última hora… por fin estás ahí.
Sentada en el tren, el coche o el avión.
Mochila colocada, cinturón abrochado, podcast o música lista. Y sientes esa paz de “ya está, no puedo hacer
nada más”. Durante diez gloriosos minutos me creo la reina del autocuidado. Me siento poderosa.
Casi iluminada. Orgullosa de mí misma por haber conseguido llegar a ese punto de desconexión.
Y justo cuando estoy disfrutando de esa gloria… zas, aparece una idea, un “ay, se me olvidó esto”,
o una notita mental que dice “esto deberías apuntarlo”. Y entonces recuerdo que sí, desconectar es
posible… pero en mi caso, es más bien una desconexión con WiFi débil: se va, vuelve, y a veces se
queda a medias.