Entre el orden y el caos: lo que me ayuda a respirar mejor

 Entre el orden y el caos: lo que me ayuda a respirar mejor

 No soy una persona perfectamente ordenada.
Tampoco completamente caótica.
Soy ese punto intermedio un poco inestable, que oscila entre la montaña de cosas que se acumulan y la necesidad de que todo esté en su sitio para poder respirar.

Hay semanas en las que el desorden me gana.
En las que dejo la taza del desayuno donde no va, acumulo papeles, la ropa se apila sin doblar y las ideas se me mezclan como los calcetines sueltos.
Y otras, en cambio, en las que colocar cada cosa en su lugar me da una claridad que no encuentro en ningún otro sitio.
Ordenar lo de fuera me ordena lo de dentro.

El orden como refugio (cuando me da por ahí)

Los fines de semana en los que tengo tiempo libre, una de mis actividades favoritas es limpiar, clasificar, doblar, reorganizar. Puede sonar aburrido, pero a mí me resulta liberador.
Saco lo que ya no me sirve, le doy nueva vida a lo que sí. Me gusta abrir un cajón y que no me sorprenda una maraña de cosas. Me gusta mirar una estantería y sentir que todo encaja.

Esa sensación de orden exterior me calma. Me organiza por dentro.

No tiene que estar perfecto, ni parecer una casa de revista.
Solo necesito que mi espacio me acompañe, no que me agobie.

Pero a veces, el desorden también tiene su lógica

Hay días —o semanas— en los que todo está patas arriba.
Y curiosamente, en medio de ese caos, me siento bastante bien.

Porque no siempre el desorden es un enemigo.
A veces es señal de que estoy viviendo. De que hay movimiento, que algo está pasando.
Y dentro de ese aparente descontrol, hay cosas que no toco.
Tengo mis propias reglas invisibles.
Mis “esto siempre va aquí” aunque todo lo demás esté en guerra.

Y si algún día se me pasa, si no cumplo con mi orden personal… tampoco pasa nada.
Me permito ese día libre.
La vida no es un sistema de organización. Es un vaivén.
Y yo me acompaño como puedo.

Deshacerse también es elegir cómo quieres vivir

Una parte del orden que más disfruto es soltar.
Sacar cosas de los cajones. Regalar lo que no uso. Tirar lo roto.
No acumular por si acaso. No guardar por apego a lo que ya no me representa.

Cada vez que hago una limpieza general, algo dentro de mí también se acomoda.
Es como si con cada objeto que se va, ganara un poco de espacio mental.
Y eso vale oro.

Porque no se trata de tener menos cosas solo por tener una casa más minimalista, sino de tener solo lo que me acompaña bien. Lo que me hace bien. Lo que tiene sentido para mí ahora, no hace cinco años.

Mi hogar, mi espejo emocional

Lo que tengo a mi alrededor influye.
El color de una lámina. La luz que entra por la ventana. La forma en la que doblo una manta.
No es solo decoración: es compañía.
Y cuando coloco todo a mi gusto, cuando dedico un rato a reorganizar, siento que me estoy cuidando.

Ordenar también es una forma de estar presente.

Pero cuando el caos se instala, trato de no pelearme con él.
Me observo. Me escucho.
Y luego, cuando tenga energía o tiempo, vuelvo al orden.
Sin castigo. Sin exigencia. Solo porque sé que me hace bien.

Entre el orden y el caos también hay belleza

No todas las casas necesitan ser Pinterest.
No todos los cajones tienen que estar etiquetados.
Y no todos los espacios ordenados significan paz.

Cada persona encuentra su equilibrio de una forma distinta.
Hay quien trabaja mejor con todo encima de la mesa.
Y quien no puede empezar hasta que todo esté despejado.

Y todo está bien, siempre que lo hayas elegido tú.

Yo estoy en ese punto intermedio. Caótica durante semanas, ordenada con alegría los domingos.
Pero en ese vaivén encuentro mi forma de estar.
Y eso, para mí, es lo más importante.

Y tú, ¿de qué lado estás hoy?

¿Te ayuda el orden o te asfixia?
¿Te relaja colocar cada cosa en su sitio o disfrutas de un poco de desorden creativo?

Me encantaría saber cómo es tu relación con los espacios que habitas.
¿Hay algún rincón en tu casa que sientes que te calma solo con mirarlo?
¿Hay algo que sueles hacer cuando necesitas claridad mental?

Déjamelo en los comentarios.
No hace falta escribir un ensayo. Con una frase, un “yo también” o un “me pasa igual” basta.

Porque en esta galería de emociones cotidianas, todas las formas de ordenar (o no ordenar) son bienvenidas.

 

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