Lo que guardamos sin darnos cuenta (y un día se convierte en casa)

Lo que guardamos sin darnos cuenta (y un día se convierte en casa)

Cajas de mudanza apiladas en el centro de un salon vacio,con la palabra frágil escrito en algunas de ellas

Hay personas que ven las mudanzas como algo agotador.
Y sí, mover cajas de un lado a otro no es precisamente ligero.
Pero yo confieso que a mí… me encanta.
Prepararlas, envolver cosas, revisar una a una, descubrir lo que había olvidado que tenía…
Hay algo emocionante en todo ese caos ordenado. Como si entre objetos y papel de embalar se fueran armando nuevas posibilidades.

Nunca he vivido una mudanza como una carga.
Más bien como una especie de viaje.
Un cambio de escenario donde las cosas de siempre encuentran otros papeles.
Y tú también.

Lo que elegimos sin pensarlo

Cuando visitas una casa por primera vez, ya empiezas a imaginar.
Dónde pondrías la cama. Qué cuadro iría bien en esa pared. Si la luz de la mañana entra por el rincón donde te gustaría desayunar.
Antes de firmar, ya estás decorando con la cabeza.
Pero lo más bonito pasa después, cuando llegan las cajas. Y los objetos. Y los recuerdos.

 

Lo que guardamos sin darnos cuenta

Entre todo lo que traes hay cosas que no sabías que todavía tenías.
Un marco con la parte de atrás rota.
Una piedra. Una postal sin texto.
Ese cuenco que no sabías si quedarte, y ahí sigue.
Una foto doblada. Un recorte.
Unas velas usadas.

Cosas que, en la casa anterior, estaban en un cajón.
O escondidas en una estantería.
Y que, de repente, en el nuevo espacio… encajan. Como si siempre hubieran esperado ese lugar.

Lo olvidado, lo elegido

Porque aunque algunas de esas cosas parecieran olvidadas…
en realidad las elegiste.
Las embalaste. Las llevaste contigo.
Y eso, en sí, ya dice mucho.

No siempre elegimos lo que compramos con tanta conciencia como lo que decidimos llevarnos en una mudanza.
Hay cosas que cargamos por rutina, sí.
Pero otras —las más pequeñas, las más raras— son las que terminan dándole alma al nuevo hogar.

 El arte de colocar

Cuando llego a una casa nueva, no me gusta dejar las cajas apiladas durante días.
Casi siempre el mismo día tengo montado, por lo menos, el salón y el dormitorio.
Me ayuda a ubicarme. A respirar distinto.
A hacerme amiga del espacio.

Y en ese proceso también aparecen combinaciones inesperadas.
Esa foto en blanco y negro que nunca colgué.
Una lámina que ahora pide estar cerca de la ventana.
Un objeto que era decorativo… y ahora es centro.

Hacer hogar no es comprar más

Es mirar mejor.
Mover. Probar.
Dejar que los objetos hablen entre ellos.
Y contigo.

Una pequeña costumbre que se vino conmigo

Hay algo que suelo hacer cada vez que me mudo.
Empaqueto yo las cosas —siempre—, aunque luego no cargue yo las cajas.
Y como sé que moverlas es trabajo duro, siempre he dejado un pequeño mensaje en cada una.

Nada serio.
Una frase cortita. Un “ánimo con esta” al lado de “ropa de invierno”.
Un “ya queda menos” al lado de “libros”.
Un dibujo mal hecho de una flor al lado de “cosas de cocina”.
Un “gracias por hacerlo” sin firma, solo por si lo ve alguien con las manos cansadas.

No cambia el mundo, pero a veces lo suaviza.
Y si con eso he hecho sonreír a una sola persona que pasaba el día levantando cajas,
ya me doy por satisfecha.

Porque lo que se queda contigo en una mudanza… muchas veces ya era parte de ti

Una casa no se llena de golpe.
Se construye con calma, con cosas que vuelven, con decisiones pequeñas.
Y con esas piezas que, sin saberlo, elegiste guardar y volver a sacar.
Ahí está el arte de decorar sin pretensión:
en dejar salir lo que ya llevabas contigo.

 

2 comentarios

  1. Paola dice:

    Donde quiera que vayas tus cosas están contigo.
    La verdadavera riqueza del alma.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *